Subo. Desayuno con palmeras rosas. Bajo. Mac chicken, patatas de luxe y cocacola. Pequeña. La clase en el bar psicodélico, y no precisamente de rock de la época. Se me van a marear con el powerpoint, pero bueno. Conflicto interno entre jovenzano y maruja. Vuelvo. El mp3 del coche va a sacar humo. Menos mal que lo compré bueno. El nuevo recopilatorio de Ojal-a me ameniza el viaje. La luna del salpicadero, un cementerio de insectos. Paro. Gasolinera perdida en la inmensidad de las Cinco Villas. Lleno de diesel, por favor, y unas pringles. Sigo. Llamadas varias, amigos pendientes, segunda vuelta. Cumpleaños a la italiana. Dormir en el piso-patera. Café con leche y mantecados de Soria. Subo. Menú del día a precio de autóctono. Oiga, que no han pagado. Sí, sí, nos ha cobrado el jefe. Tieta, ¿me invitas a un acuarius? Bajo. Qué asco que me dan los pollos cuando se hacen grandes. Tumbados en la pradera, por un instante, se para el tiempo. Ahora que no me ve nadie, me voy a dar una vuelta por mi desierto. Qué verde que está todo, con esta luz parece de mentira. Habitación con vistas en vivienda ajena y rapidillos del metadona. Con este bochorno me voy a desintegrar. Cestitas y capazos. Pan con chocolate. La pequeña Julia, y la grande. Y unos granizados. Tiempo perdido, tiempo invertido. Ahora es la resina la que no deja ver a través del cristal. Ja, que voy. Paseo a lo pantoja, jugadores de segunda y un baconqueso. Subo. Parada facultativa. Sigo subiendo. La cena del no-aerobic, empacho de viandas. Qué bien que se está, ni que fuera Lanzarote. Paro, por fin. Cómo me gusta despertarme con sus golpecitos en el brazo, y su sonrisa. Colacao, fresas y Vickie el Vikingo. Llego tarde, me toca Messie Dentist. Atravieso el túnel del tiempo, despacio, me rebobino y vuelvo a empezar. Desde el otro lado, todo toma otro matiz.
Incluído en “Me he perdido” de Ojal-a.
