Quién me lo iba a decir a mí, que presumo de moderna, quién. Desde el momento que me ví con los rulos y la redecilla, veinte minutos de secador y el cuore, empezó la transformación. Nos vestimos sin saber muy bien aún a qué época pertenecemos, descontextualizadas. Sigo sin tener claro si pin-up o pilingui. Si me han sacado de “Amar en tiempos revueltos” o del desierto de Arizona. Desempolvo las joyas de la familia. Make-up y charoles de tacón. Viajo con Eleni, que ya no es Eleni tampoco. Llegamos a Loreto. Es divertido, como una película de entonces, supongo.
Bonita ceremonia. Podrían ser Ginger y Fred. Por favor, que venga el cura al banquete, que es muy gracioso. San y sus practicalities. Rozaduras en los pies y una lomo. Abanico para desestresar y la pequeña Julia que no calla. Cadeneta en la maleta, no vaya a ser. Ya estamos metidos en el papel y esto es un no parar. Mojitos y bolero. Comparto mesa con Grace, Clark, la viuda de Rivas y una panda de mafiosos. Somos lo que somos. Poesía de andar por casa. Y mucho humo. Mis amigos de parchís, qué vergüenza. El álbum de mis sueños. Swing, mambo y Shayla…
Me despierto con la misma onda en el flequillo, con los mismos caracolillos. Con dolor en los pies, pero con una sonrisa, la fiesta no ha terminado. It’s my birthday y hago lo que quiero. Acabo con sombrero de gangster, bastante dignamente. Otra vez metida en el papel.
Han pasado un par de días, y esto no se nos pasa. Seguimos escuchando las mismas canciones, las de entonces. Ansiosos por ver esas fotos que nos transporten de nuevo. Empiezo a pensar que estoy atrapada, y me gusta. Quizá sepamos fusionar los años 40 con el siglo XXI y triunfemos… Qué bonito es soñar despierta.