En mi pueblo a las amapolas se les llaman “ababoles“. Y es en primavera cuando se llenan las verdes llanuras cerealistas de esas pintetas coloradas, bajo horas interminables de sol recio. Es lo más parecido a la sensación de estar viendo el mar que tenemos. Uno de esos bonitos recuerdos intermitentes clavados en mi retina.
Pero “ababol” es también uno de esos calificativos del contexto local, graciosos y entrañables, siempre dichos desde el cariño. Viene a querer decir algo así como ingenua, bobalicona… Otro de esos palabros que, como torrollón y espinguetero, cuando vuelvo a escucharlos, siempre consiguen arrancarme una sonrisa cómplice…
Y es que, a pesar de haber superado mi reciente “síndrome de adolescente sin saldo (tehagounaperdida)“, esta primavera se me ha presentado un poco así… ¡Ay, ababol!